La estructura del huevo está diseñada por la naturaleza para dar protección y mantener el embrión del que surgiría el polluelo después de la eclosión. Se encuentra protegido de la contaminación exterior por la cáscara y las membranas y por la barrera química que le proporcionan los componentes antibacterianos presentes en su contenido.

Un huevo se compone de tres partes fundamentales: Cáscara, clara  y  yema, separados entre sí por medio de las membranas que mantienen su integridad. El peso medio de un huevo es de unos 60 gramos, de los que aproximadamente la clara representa el 60%, la yema, el 30% y la cáscara, junto a las membranas, el 10%.

La cáscara, contiene en un 95% calcio. Además es rico en proteínas, magnesio, selenio, estroncio y otros ingredientes que se asimilan a la composición de los huesos, es por ello es una buena alternativa a otros suplementos para fortalecer los huesos, en osteoporosis u otras dolencias similares.

La clara, está compuesta por un 85% de agua y un 15% de proteínas, fundamentalmente ovoalbúmina Su función natural primaria es la de proteger la yema de huevo y proveer nutrientes adicionales para el crecimiento del embrión, debido a sus altos valores nutricionales. A diferencia de la yema del huevo, no aporta grasa ni colesterol.

La yema, le debe su color naranja a unos pigmentos vegetales llamados xantofilas, que la gallina obtiene de su alimentación, por ejemplo, de la alfalfa y del maíz.

El huevo fue una de las primeras fuentes de proteína animal de las que se alimentó el ser humano y en la actualidad, su consumo es casi generalizado en todo el mundo. La yema gusta por su sabor y su textura. El huevo frito es el máximo exponente de esencia y sencillez. Un alimento suculento y muy agradable.

En definitiva, es un alimento con el que se han desarrollado cientos de recetas, tanto en salado como en dulce, además de las distintas aplicaciones que tiene.