A medida que el número de satélites en órbita crece y se vuelven viejos, la probabilidad de sufrir el Síndrome de  Kessler se hace mayor, ya que la mayoría de los satélites no operativos, no poseen combustible que les permita moverse en caso de que se vean amenazados por algún trozo de basura. A su vez, esto traería por añadidura que la órbita baja de la tierra podría quedar inutilizable.

Lo que hace tan peligroso al Síndrome de Kessler es el efecto dominó, ya que los impactos que se produzcan entre dos objetos de masa importante creará mucha basura adicional como resultado de la colisión.

La basura espacial viaja a velocidades demasiado altas como para intentar recogerlas. Además, su gran número y pequeño tamaño hacen inviable el diseño de misiones específicas para sacarlas de órbita. Por supuesto, todos estos objetos, en algún momento, sucumbirán a la resistencia del aire en la extremadamente tenue alta atmósfera y se quemarán durante el reingreso, pero es un proceso muy lento que requerirá cientos o miles de años.

Además, producto de la caída por reingreso a la Tierra, aquellos escombros espaciales podrían impactar mecánicamente no solo la superficie terrestre, sino también, a los seres vivos. No se debe dejar de lado la potencial contaminación por el combustible radiactivo que algunos satélites en desuso contienen aún.