De todos los procesos eleccionarios que ha vivido Chile, el que se llevará a cabo este 7 de mayo para elegir consejeros constitucionales es quizás el que menos interés genera en la ciudadanía. Poco conocimiento de los candidatos, un pobre ambiente electoral y un nivel de desinformación ciudadana aberrante son los aderezos necesarios para que el único foco de atención que existe atienda a la cantidad de votos nulos y blancos que pueden acabar entregando las urnas.

 

Los datos eran leíbles de antemano y hay que decirlo, de sorprendente tienen poco. No se podía exigir más a los sufragantes si a menos de un mes del plebiscito de salida que dejó a la opción Rechazo con más del 61% de las preferencias, a la clase política se le ocurrió insistir en un nuevo proceso constituyente, haciendo uso de una reforma constitucional que acabó con la paciencia popular, donde la gente vio con estupor como las reglas originales del juego cambiaban; incluso cuando el partido ya había terminado, forzándolos a ingresar nuevamente a la cancha con el cuerpo frío y muy agotados.

 

Hay que decirlo. Hoy las preocupaciones de la gente son otras y se centran en el elevado costo de la vida, la carencia de empleos y el miedo a ser víctimas de un acto delictual. En resumen, el país tiene el ojo puesto en los temas que le aquejan diariamente, los que complican al ciudadano de a pie que no tiene tiempo ni ánimo de participar de actividades políticas porque está muy ocupado pensando en el mañana inmediato. Queda así en evidencia y es posible presumir que la traición a la confianza popular en el pasado y fallido proceso constituyente no será gratuita y la ciudadanía podría devolver la “gentileza” con desidia y desdén ante una cita eleccionaria que no deja de ser gravitante. Y no dejan de tener razón.

 

Aunque a algunos sectores políticos no les guste, esta es la democracia que elegimos y por la que muchos lucharon también, cuando varios que hoy se visten de expertos políticos ni siquiera tenían edad para chuparse el dedo. La invitación es a concurrir a las urnas y hacer valer su derecho ciudadano en una de las pocas oportunidades en que todas las opiniones valen lo mismo y donde la ciudadanía manda. Es misión de la propia gente devolverle sus ropas a la democracia y volver a vestir las elecciones con el glamour de otrora. Por la memoria de los que ya no están y por el futuro de aquellos que nos reemplazarán.